“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.”
Efesios 4:30 RVR1960
Como padres, tenemos muy altas expectativas de nuestros hijos. Queremos lo mejor para ellos, y que no cometan los mismos errores que nosotros. Son nuestro orgullo, y quisiéramos que las personas puedan verlos como niños obedientes, aplicados, con buenos modales. Pero si su comportamiento es lo opuesto, nos causa tristeza y pesar, nos hace cuestionarnos nuestro trabajo como padres, y sentimos que nuestra dedicación ha sido en vano.
Estas mismas expectativas tiene Dios de nosotros como cristianos, constituidos hijos suyos. Espera que tengamos un testimonio que impacte al mundo, que nos apartemos del pecado, que nuestras palabras sean de edificación, que no seamos irascibles, que seamos canales de bendición a otros y se evidencie en nosotros una transformación que nos acerque a la imagen de Cristo. Por eso Pablo enfatiza, al referirse a como debe ser nuestra actitud: Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. El Espíritu Santo es nuestro todo en la actualidad. Es nuestra sello distintivo en el mundo espiritual, que nos identifica como hijos de Dios, pero es nuestro guía, quien nos convence de pecado y juicio, quien da testimonio de Cristo, canal de comunicación con el Padre, quien intercede por nosotros. Y cada vez que pecamos se entristece, llegando a apartarse de nosotros si continuamos en la práctica del pecado.
Debemos ser coherentes con nuestras acciones. No estamos tratando con seres imaginarios ni reglas morales que podemos burlar, sino con un Dios vivo, personal, que conoce nuestros detalles más intrínsecos, y ha dado todo por nosotros. Y el Espíritu Santo está constantemente a nuestro lado como mentor, guía y ayudador. No vale la pena cambiar nuestra comunión espiritual y arriesgar nuestra salvación. Si ha sucedido, aun estás a tiempo, reconcíliate pronto con Él. ¡El Señor te bendiga!
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