“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.”
Santiago 4:7 RVR1960
Los seres humanos somos sometidos a diferentes tentaciones, las cuales se corresponden a las debilidades que cada quien tiene. Mientras las personas que no conocen a Dios ceden con facilidad ante ellas, para los cristianos esto representa una gran guerra interna. Esta presión es ejercida por el mundo, el diablo y nuestra carne para hacernos pecar. Sin embargo, es común resumir los tres elementos en uno, que frecuentemente es ignorado, o se desconoce su existencia: el diablo.
Para enfrentarnos a esta lucha, lo primero que debemos es identificar nuestro adversario. Percibir que quiere explotar nuestras debilidades, que estamos siendo manipulados. Después de identificarlo, debemos buscar la forma de poderlo combatir, y esta la encontramos en la Biblia. El apóstol Santiago dice: Sométanse, pues, a Dios; resistan al diablo, y huirá de ustedes. Ante la presión del diablo por hacernos caer y apartarnos de nuestra fe, debemos, como parte del ejército del Altísimo, someternos y obedecer la voluntad de quien nos comanda. Cuando humillamos nuestra propia voluntad y nos subordinamos a la de Dios, relegamos a un segundo plano nuestra carne, priorizando el espíritu. De este modo, cerramos brechas, reducimos nuestras posibilidades de caer, y, habiendo descubierto al diablo como oponente, resistirlo.
Someterse a Dios es doblegar el yo, y al tener claras nuestras debilidades, somos capaces de ver los ataques de nuestro enemigo y resistir sus manipulaciones. Cuando el diablo, el mundo, o nuestra propia carne se da cuenta que no cedemos ni un poco y percibe nuestro respaldo divino, se retirará en derrota. Solo así lograremos salir victoriosos de esta guerra espiritual.
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